El conocimiento y la formación humana son procesos interactivos de construcción, a la vez competencias requeridas para enfrentar los retos y necesidades que la vida exige en cada etapa del desarrollo del hombre. Por lo tanto la misión del maestro es trascendental para la construcción de sociedades pensantes, capaces de promover soluciones a las necesidades de su contexto. Pero actualmente vemos que las clases en varias ocasiones conservan el modelo tradicional, dejando poco espacio para el análisis de lo aprendido y su aplicación en la vida cotidiana.
La clase debe ser un espacio de mutuo aprendizaje, donde no solo aprenda el estudiante sino el docente, al exigirse ampliar sus saberes acerca de la cognición humana, llevándolo a crear estrategias didácticas que la estimulen, recordando que "los niños son los mejores sujetos para estudiar la formación del conocimiento, teorías y conceptos"(1)
La mejor herramienta que tiene el docente es la motivación que al ser sembrada en el educando lo impulsa a mejorar cada día, a participar en la formulación y solución de problemas, logrando a la vez una mejor convivencia con sus compañeros interiorizando así nociones como: esperanza, fortaleza, disciplina e interés social. Y para lograr esto, "los aprendizajes deben ser significativos, comprensibles relevantes para el niño y ello se puede obtener por un aprendizaje por descubrimiento, aprendizajes significativos, ensayo y error o un aprendizaje autónomo" (Piaget).
Y si deseamos también, que los estudiantes tengan buenos Hábitos debemos recordar unas palabras de Santo Tomás de Aquino: “El hábito se forma por la experiencia personal del individuo, pues todo aquello que al hombre no le es dado por naturaleza, será producido por el ejercicio o actividad propia”,
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1. Editorial cultural Internacional. Cómo mejorar el aprendizaje en el aula y poder evaluarlo, 2006 tomo 1. Pág.31
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